Discurso de Oaxaca

Señores diputados y senadores:

La reunión del Cuerpo Legislativo ha sido siempre un acontecimiento importante que los pueblos han celebrado con entusiasmo, porque poniéndose en ejercicio la facultad de dar la ley, como está la de ejecutarla, la sociedad se resigna a sobrellevar el peso de sus males, alentada por la esperanza de que tendrán pronto remedio, porque existe el Soberano, que puede escuchar sus quejas y satisfacer sus necesidades.

Mas esa reunión es más importante hoy que los defensores del poder absoluto, reconcentrados en la capital de la República, maquinan la destrucción del sistema federativo.

Allí reúnen sus esfuerzos y combinan sus elementos para despojar a los estados de su soberanía; allí, por medio de la prensa, aseguran sin embozo y con audacia, que México no puede ser regido por el sistema republicano, representativo, popular, federal, porque el pueblo, acostumbrado a obedecer, no puede gobernarse por sí.

Allí se echa mano de la arma vedada, de la calumnia y del sarcasmo, para deturpar la reputación de los altos funcionarios de la Federación y de los estados, a fin de concitarles el odio público y hacerlos despreciables a impotentes por la desopinión y el desprestigio.

Y todo esto ¿para qué? Para allanar el camino al poder arbitrario; para retrotraer a la Nación a los funestos días de la centralización del poder; para que vuelvan a paralizarse nuestras obras de utilidad y de beneficencia pública; para que a la agricultura y a las artes se les prive de hombres útiles, que serán otra vez arrancados del seno de sus familias, no para defender los sagrados derechos de la Patria, sino para sostener los caprichos del tirano que nos oprima y, entonces, desarmados, empobrecidos y degradados, sin goces que nos inspiren amor a la Patria, sin esperanza de un porvenir halagüeño, seremos presa del extranjero que quiere sojuzgarnos, extinguiendo nuestra raza, que será suplantada por otra raza.

Tal es el porvenir que nos preparan esos hombres despiadados, que nos brindan con un gobierno fuerte y enérgico que en diez años de dominación absoluta y disponiendo a su arbitrio de los cuantiosos recursos de la Nación, lejos de gobernarla, bien lejos de hacerla rica y respetable, la desmoralizó, la empobreció y la limitó, hasta el extremo de hacerla sufrir vergonzosas derrotas y recibir las humillantes condiciones que quiso dictarle el gabinete norteamericano.

¿Y teniendo a la vista la historia reciente de estos hechos, permitiremos que se repitan los males cuyas consecuencias deploramos todavía?

¿Dejaremos que a la Nación se le arrebaten sus instituciones democráticas para someterla a la dominación despótica de un hombre? No, señores.

Dios y la sociedad nos han colocado en estos puestos para hacer la felicidad de los pueblos y para evitar el mal que les pueda sobrevenir.

Juramentos muy solemnes nos obligan a obrar así.

Cumplamos, pues, con este deber sagrado, defendiendo las instituciones federativas, que garantizan nuestras libertades.

No es sólo la fuerza de las armas la que necesitamos en la presente lucha.

Necesitamos de otra más eficaz: la fuerza moral, que debemos robustecer, procurando al pueblo mejoras positivas, goces y comodidades; y ninguna ocasión es más oportuna para ello que la presente, en que los representantes del pueblo oaxaqueño vuelven a reunirse para continuar sus tareas legislativas.

Por esto he dicho antes que esa reunión es hoy más interesante, porque tengo la grata convicción de que si alguna vez, por causa de nuestras revueltas políticas y no por vicio de nuestras instituciones, algunos hombres, traicionando sus juramentos y correspondiendo mal a la confianza pública, han ocupado esos respetables asientos, no para consagrarse a las penosas tareas de legislador, sino para percibir con descanso la retribución que la ley señaló al trabajo, o bien para hacer valer los intereses de una facción o las pretensiones de una persona, hoy no es así, porque vosotros, señores, animados del patriotismo más puro y ardiente, habéis renunciado las comodidades de la vida privada y abandonado el cuidado de vuestros más caros intereses para venir a este augusto santuario a promover la felicidad de vuestros comitentes y a dar templos de constante dedicación al trabajo, de tino y circunspección en vuestras deliberaciones y de sabiduría y justificación en vuestras resoluciones.

Tan noble conducta será la prueba más irrefragable que el pueblo oaxaqueño pueda presentar, de que es capaz de procurarse por sí su felicidad; no necesita de un poder extraño que lo gobierne y vengará satisfactoriamente al sistema representativo de las injuriosas imputaciones que le prodigan sus enemigos.

Continuad, pues, señores, vuestros interesantes trabajos.

Difíciles y complicados son ciertamente los negocios que van a ocupar vuestra atención; pero una voluntad firme y constante de hacer el bien superará las más graves dificultades.

La exposición sencilla que tengo el honor de presentaros hoy, para cumplir con la Constitución y que leerá el secretario del despacho, cuando lo juzguéis conveniente, ministrará algunos datos que alumbren vuestras discusiones; indicará varios de los obstáculos que embarazan la marcha de la administración pública en sus distintos ramos, y las medidas que en mi concepto pueden adoptarse para removerlos; y, por último, os pondrá de manifiesto las providencias que he dictado para llevar a efecto las leyes, cuya ejecución me encomendasteis al terminar el primer periodo de vuestras sesiones.

No puedo decir que ellas son hijas del acierto y de la previsión, pero sí puedo aseguraros que guiado de la intención más sana he redoblado mis esfuerzos para corresponder a vuestros patrióticos deseos, y con esa misma sana intención os prometo que en los pocos días que restan para que las riendas del gobierno pasen a otras manos, consagraré sin cesar mis desvelos y fatigas, para auxiliar vuestros trabajos, para cumplir y hacer que se cumplan vuestras soberanas resoluciones.

Enviado por Enrique Ibañes