Argelia decidira su propio futuro

Dentro de 23 días, el problema

argelino, en su sustancia,

quedará solucionado

para Francia. Argelia decidirá

su propio futuro. Argelia

y Francia serán capaces

de cooperar orgánica y regularmente entre sí.

Los argelinos descendientes de europeos gozarán

de las garantías necesarias para participar,

con plena libertad y plena hermandad,

en la vida de la nueva Argelia. Esto es lo que

Francia habrá querido y obtenido.

Sí, en 23 días, el pueblo argelino, por medio

del referéndum de autodeterminación,

acudirá a ratificar los acuerdos de Evian, instituirá

la independencia y sancionará la cooperación,

del mismo modo que el pueblo francés,

por medio del referéndum del pasado 8

de abril, los suscribió por su parte. Así, por

encima de todas las crisis y las pasiones, es

mediante la libre decisión y el acuerdo razonado

de dos pueblos que está a punto de inaugurarse

una nueva fase en sus relaciones y un

nuevo capítulo de su historia.

En este estado de cosas, ¿qué papel pueden

y deben desempeñar los franceses de Argelia,

que se establecieron ahí, que aman Argelia,

que ya han hecho tanto y de los que Argelia

tiene gran necesidad, qué papel pueden y deben

desempeñar en la Argelia de mañana? Me

gustaría expresar de nuevo la esperanza de

que desempeñarán su función plenamente, en

cuanto se disipen las últimas nieblas sangrientas

con que algunos locos criminales están intentando

cegarlos. ¿Qué papel pueden y deben

tener también los dirigentes de la comunidad

musulmana, por el bien de su país, ya

sean dirigentes con cargos o a punto de ocuparlos,

y que a buen seguro no tardarán en asumir

responsabilidades capitales en la república argelina?

¿Qué papel, por último, debe y puede

desempeñar Francia en el desarrollo de una

nación con la cual está vinculada por tantos

lazos y a la que todo impulsa a ayudarla para

que se convierta en libre y próspera? Tras 132

años de existencia del problema, con trágicas

consecuencias en diferentes ocasiones, y tras

siete años de lucha absurda y dolorosa, este resultado

aportará la impronta de la justicia y la

razón. No obstante, para alcanzarlo, Francia

ha tenido que superar graves obstáculos.

Cuando en 1958 empezamos a enfrentarnos

al problema, nos encontramos –¿quién

podría olvidarlo?– los poderes de la República

sumidos en la impotencia, una trama de

usurpación se había formado en Argelia y

afectado a Francia por el colapso del Estado;

la nación se encontró de pronto al borde de la

guerra civil. Al mismo tiempo, la rebelión musulmana,

que alcanzó su punto álgido y se añadía

a nuestras crisis internas, se declaró dispuesta

a triunfar por las armas, afirmaba estar

convencida de obtener el apoyo del mundo

y ofreció a la comunidad francesa una única

alternativa para su futuro: “La maleta o el

ataúd”. Sin embargo, en cuanto el Estado estuvo

de nuevo restablecido y se evitó la catástrofe

–una recuperación que no tardó en ser

confirmada mediante la adopción por parte

del país de las instituciones necesarias por

una mayoría del 80% de los votos–, resultó

posible, paso a paso, poner fin al problema.

Fue necesario que, en Argelia, nuestro ejército

tuviera el control del campo de batalla y

las fronteras de manera que ningún fallo pudiera

poner en peligro la voluntad de Francia.

Fue necesario que nosotros adoptáramos de

lleno la autodeterminación y la cooperación

como objetivos políticos, mientras que la aplicación

del plan de Constantine hacía que toda

Argelia se diera cuenta de lo vital de la ayuda

de Francia para su vida. Así, la rebelión, al

renunciar a los excesos y respondiendo a la

voluntad de las masas, llegó, poco a poco, a

emprender el camino de la paz, establecer

contacto con nosotros y, por último, concluir

acuerdos que permitían a Argelia expresar su

voluntad con pleno conocimiento de los hechos.

Fue necesario que los intentos internacionales

de interferencia y presión, que se

multiplicaban de forma interminable, no dominaran

nuestra política. Fue necesario que

las sucesivas tramas quedaran desarticuladas:

el asunto de las barricadas, la insurrección

de abril de 1961 y, desde entonces, los

actos desesperados de la subversión terrorista

llevados a cabo desgraciadamente por franceses

que recurren al asesinato, el robo y el chantaje;

unos alzamientos cuyo objetivo era forzar

la mano del Gobierno, sacudir sus cimientos,

derribarlo y empujar a Francia hacia el

abismo.

Se ha hecho lo que había que hacer. Sin

embargo, porque –según ha sido testigo todo

el mundo– las nuevas instituciones permiten

al Estado actuar –mientras las viejas no

hacían más que trabarlo– el Gobierno puede

tomar las decisiones correctas en lugar de

equivocarse constantemente y puede mantenerse

firme en lugar de tropezar y tambalearse.

Por encima de todo, hombres y mujeres

de Francia, todo el mundo ha sido testigo

de que la leal confianza que vosotros como

conjunto me habéis otorgado me ha alentado

y sostenido día tras día y que este acuerdo

directo entre el pueblo y quien tiene la responsabilidad

de dirigirlo se ha convertido,

en los tiempos modernos, en esencial para la

República.

Mantener en este ámbito lo que acaba de

ser probado, tal debe ser nuestra conclusión,

una vez haya sido solucionada la cuestión argelina.

En estos tiempos que son difíciles y peligrosos,

pero llenos de esperanza, quedan en

verdad por hacer muchas cosas que afectan a

nuestro destino. Para buscar nuestro desarrollo

en los ámbitos de la economía, el bienestar,

la población, la educación, la ciencia, la

tecnología; para practicar la cooperación con

los estados del mundo –sobre todo, los de

África– con los que estamos vinculados en virtud

de nuestros ideales, lengua, cultura, economía

y seguridad; para contribuir al progreso

de los dos mil millones de hombres que

pueblan los países subdesarrollados; para

equiparnos con unas fuerzas de defensa tales

que quienquiera que ataque a Francia tenga

la certeza de una muerte segura; para garantizar

junto con nuestros aliados la integridad

de mundo libre frente a la amenaza soviética;

para ayudar a la Europa occidental a construir

su unidad, su prosperidad, su fortaleza y

su independencia; para apresurar el día en

que quizá –una vez el régimen totalitario haya

perdido virulencia y menguado sus barreras–

todos los pueblos de nuestro continente

se reúnan en una atmósfera de equilibrio, sentido

común y amistad; en resumidas cuentas,

para cumplir la misión de Francia, debemos,

sí, debemos ser y seguir siendo libremente un

pueblo grande y unido.

Durante los últimos cuatro años, a pesar de

todas las tormentas, eso es lo que fundamentalmente

hemos sido, tal como decidimos ser,

abrumadora y solemnemente por medio del

sufragio universal. La justicia y la eficacia

han recibido desde entonces lo que les era debido.

Hombres y mujeres de Francia, debemos,

por todos los medios y a su debido tiempo,

asegurarnos de que, en el futuro y por encima

de los hombres que pasan, la República

siga fuerte, ordenada y estable.

Viva la República. Viva Francia.

Enviado por Enrique Ibañes