Para la Cuba que sufre

Cubanos:
Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra
vida, y no cíe pedestal, para levantarnos sobre ella. Y ahora, después de evocado su amadísimo
nombre, derramaré la ternura de mi alma sobre estas manos generosas que ¡no a deshora por
cierto! acuden a dármele fuerzas para la agonía de la edificación; ahora, puestos los ojos más
arriba de nuestras cabezas y el corazón entero sacado de mi mismo, no daré gracias egoístas a los
que creen ver en mí las virtudes que de mí y de cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al
bravo Rivero, daré gracias por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego de su cariño
generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a cuantos tienen aquí las
manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de amor que han levantado cara a cara del
dueño codicioso que nos acecha y nos divide; por este pueblo de virtud, en donde se prueba la
fuerza libre de nuestra patria trabajadora; por este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de
la de ganar el pan, y truenos de Mirabeau junto a artes de Roland, que es respuesta de sobra a
los desdeñosos de este mundo; por este templo orlado de héroes, y alzado sobre corazones. Yo
abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón.
No nos reúne aquí, de puro esfuerzo y como a regañadientes, el respeto periódico a una idea de
que no se puede abjurar sin deshonor; ni la respuesta siempre pronta, y a veces demasiado
pronta, de los corazones patrios a un solicitante de fama, o a un alocado de poder, o a un héroe
que no corona el ansia inoportuna de morir con el heroísmo superior de reprimirla, o a un
menesteroso que bajo la capa de la patria anda sacando la mano limosnera. Ni el que viene se
afeará jamás con la lisonja, ni es este noble pueblo que lo reciba pueblo de gente servil y
llevadiza. Se me hincha el pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún
más desde ahora en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de
seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en
beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni
descuellada, ni sobre, culta ni inculta, desde que veo, por los avisos sagrados del corazón, juntos
en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos para ahora y para después, juntos para mientras
impere el patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión franca y libre por sobre todas las
cosas,-y a un cubano que se las respeta.
Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien
fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serian
falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra
república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir
todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos
desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o
encubierto, para la defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar
como el rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese por sobre todas las
cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a otro. Ni misterios, ni
calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas preparaciones para el día funesto de. la
ambición. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de
trabajar con sus manos y pensar por si propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de
honor da familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre,-o
la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros
bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y
no para acorralarlos. ¿Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los
habitantes leales de Cuba trabajamos, y no, para erigir, a la boca del continente, de la república,
fa mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas. o el Paraguay lúgubre
de Francia! ¿Mejor caer bajo los excesos del carácter imperfecto de nuestros compatriotas, que
valerse del crédito adquirido con las armas de la guerra o las de la palabra que rebajarles el
carácter! Este es mi único título a estos cariños, que han Venido a tiempo a robustecer mis manos
incansables en el servicio de la verdadera libertad. ¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase
yo levantar más, y ¡no miento! amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi propia tierra,
y porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano’ ¡Unámonos, ante todo en, esta fe;
juntemos las manos, en prenda de esa decisión, donde todos las vean, y donde no se olvida sin
castigo; cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro
del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los cubanos!
¡De todos los cubanos! ¡Yo no sé qué misterio de ternura tiene esta dulcísima palabra, ni qué
sabor tan puro sobre el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia
como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la
naturaleza! ¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras
entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más
en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra
que nosotros, aunque el pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo
ensangriente el crimen! ¡Como que unos brazos divinos que no vemos -nos aprietan a todos
sobre un pecho en que todavía corre la sangre y se oye todavía sollozar el corazón! ¡Créese allá
en nuestra patria, para darnos luego trabajo de piedad, créese, donde el dueño corrompido pudre
cuanto mira, un alma cubana nueva, erizada y hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma
casera y magnánima de nuestros padres e hija natural de la miseria que ve triunfar al vicio impune,
y de la cultura inútil, que sólo halla empleo en la contemplación sorda de sí misma! ¡Acá, donde
vigilamos por los ausentes, donde reponemos la casa que allá se nos cae encima, donde creamos
lo que ha de reemplazar a lo que allí se nos destruye, acá no hay palabra que se asemeje más a la
luz del amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta palabra
inefable y ardiente de cubano!
¡Porque eso es esta ciudad; eso es la emigración cubana entera; eso es lo que venimos haciendo
en estos años de trabajo sin ahorro, de familia sin gusto, de vida sin sabor, de muerte disimulada!
¡A la patria que allí se cae a pedazos y se ha quedado ciega de la podre, hay que llevar la patria
piadosa y previsora que aquí se levanta! ¡A lo que queda de patria allí, mordido de todas partes
por la gangrena que empieza a roer el corazón, hay que juntar la patria amiga donde hemos ido,
acá en la soledad, acomodando el alma, con las manos firmes que pide el buen cariño, a las
realidades todas, de afuera y de adentro, tan bien veladas allí en unos por la desesperación y en
otros por el goce babilónico, que con ser grandes certezas y grandes esperanzas y grandes
peligros, son, aun para los expertos, poco menos que desconocidas! ¿Pues qué saben allá de esta
noche gloriosa de resurrección, de la fe determinada y metódica de nuestros espíritus, del
acercamiento continuo y creciente de los cubanos de afuera, que los errores de los diez años y las
veleidades naturales de Cuba, y otras causas maléficas no han logrado por fin dividir, sino allegar
tan íntima y cariñosamente, que no se ve sino un águila que sube, y un sol que va naciendo, y un
ejército que avanza? ¿Qué saben allá de estos tratos sutiles, que nadie prepara ni puede detener,
entre el país desesperado y los emigrados que esperan? ¿Qué saben de este carácter nuestro
fortalecido, de tierra en tierra, por la prueba cruenta y el ejercicio diario? ¿Qué saben del pueblo
liberal, y fiero, y trabajador, que vamos a llevarles? ¿Qué sabe el que agoniza en la noche, del que
le espera con los brazos abiertos en la aurora? Cargar barcos puede cualquier cargador; y poner
mecha al cañón cualquier artillero puede; pero no ha sido esa tarea menor, y de mero resultado y
oportunidad, la tarea única de nuestro deber, sino la de evitar las consecuencias dañinas, y
acelerar las felices; de la guerra próxima, e inevitable,-e irla limpiando, como cabe en lo humano,
del desamor y del descuido y de los celos que la pudiesen poner donde sin necesidad ni excusa
nos pusieron la anterior, y disciplinar nuestras almas libres en el conocimiento y orden de los
elementos reales de nuestro país, y en el trabajo que es el aire y el sol de la libertad, para que
quepan en ella sin peligro, junto a las fuerzas creadoras de una situación nueva, aquellos residuos
inevitables de las crisis revueltas que son, necesarias para constituirlas. ¡Y las manos nos dolerán
más de una vez en la faena sublime, pero los muertos están mandando, y aconsejando, y
vigilando, y los vivos los oyen. y los obedecen, y se oye en el viento ruido de ayudantes que
pasan llevando órdenes, y de pabellones que se despliegan! ¡Unámonos, cubanos, en esta otra fe:
con todos, y para todos: la guerra inevitable, de modo que la respete y la desee y la ayude la
patria, y no nos la mate, en flor. por local o por personal o por incompleta, el enemigo: la
revolución de justicia y de realidad, para el reconocimiento y la práctica franca de las libertades
verdaderas.
¡Ni los bravos de la guerra que me oyen tienen paces con estos análisis menudos de las cosas
públicas, porque al entusiasta le parece crimen la tardanza misma de la sensatez en poner por
obra el entusiasmo; ni nuestra mujer, que aquí oye atenta, suena más que en volver a pisar la tierra
propia, donde no ha de vivir su compañero, agrio como aquí vive y taciturno; ni el niño, hermano
o hijo de mártires y de héroes, nutrido en sus leyendas, piensa en más que en lo hermoso de morir
a caballo, peleando por el país, al pie de una palma!
¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la
justicia tan alta como las palmas! Eso es lo que queríamos decir. A la guerra del arranque, que
cayó en el desorden, ha de suceder, por insistencia de los males públicos, la guerra de la
necesidad, que vendría floja y sin probabilidad de vencer, si no le diese su pujanza aquel amor
inteligente y fuerte del derecho por donde las almas más ansiosas de él recogen de la sepultura el
pabellón que dejaron caer, cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia. Su
derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha
de buscar con alma entera de hombre. ¡Que Cuba, desolada, vuelve a nosotros los ojos! ¡Que
los niños ensayan en los troncos de los caminos la fuerza de sus brazos nuevos! ¡Que las guerras
estallan, cuando hay causas para ella, de la impaciencia de un valiente o de un grano de maíz!
¡Que el alma cubana se está poniendo en fila, y se ven ya, como. al alba, las masas confusas!
¡Que el enemigo, menos sorprendido hoy, menos interesado, no tiene en la tierra los caudales que
hubo de defender la vez pasada, ni hemos de entretenernos tanto como entonces en dimes y
diretes de localidad, ni en competencias de mando, ni en envidias de pueblo, ni en esperanzas
locas! ¡Que afuera tenemos el amor en el corazón, los ojos en la costa, la mano en la América, y
el arma al cinto! ¿Pues quién no lee en el aire todo eso con letras de luz? Y con letras de luz se ha
de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma
colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país
republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el
empleo honrado de todas las energías,-ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en
pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del derecho de los
demás a las garantías y los métodos de ella. Por supuesto que se nos echarán atrás los petimetres
de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir,-y que se
pondrá a refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor
de la creación, no dan siempre olor de clavellina. ¿Y qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que
fabrican la tierra no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la
camisa al codo, como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a
clavellina. ¡Todo tiene la entraña fea y sangrienta; es fango en las artesas el oro en que el artista
talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de fa vida saca almíbar la fruta y colores la flor;
nace el hombre del dolor y la tiniebla del seno maternal, y del alarido y el desgarramiento sublime;
y las fuerzas magníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan y confunden, no
parecen de lejos a los ojos humanos sino manchas! ¡Paso a los que no tienen miedo a la luz:
caridad para los que tiemblan de sus rayos!
Ni vería yo esa bandera con cariño, hecho como estoy a saber que lo más santo se toma como
instrumento del interés por los triunfadores audaces de este mundo, si no creyera que en sus
pliegues ha de venir la libertad entera, cuando el reconocimiento cordial del decoro de cada
cubano, y de los modos equitativos de ajustar los conflictos de sus intereses, quite razón a
aquellos consejeros de métodos confusos que sólo tienen de terribles lo que tiene de terca la
pasión que se niega a reconocer cuanto hay en sus demandas de equitativo y justiciero ¡Clávese la
lengua del adulador popular, y cuélguese al viento como banderola de ignominia, donde sea
castigo de los que adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u
ocultándoles verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira:-y al lado de la lengua de
los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia!
¡La lengua del adulador se clave donde todos la vean, -y la de los que toman por pretexto las
exageraciones a que tiene derecho la ignorancia, y que no puede acusar quien no ponga todos los
medios de hacer cesar la ignorancia, para negarse a acatar lo que hay de dolor de hombre y de
agonía sagrada en las exageraciones que es más cómodo excomulgar, de toga y birrete, que
estudiar, lloroso el corazón, con el dolor humano hasta los codos! En el presidio de la vida es
necesario poner, para que aprendan justicia, a los jueces de la vida. El que juzgue de todo, que lo
conozca todo. No juzgue de prisa el de arriba, ni por un lado: no juzgue el de abajo por un lado ni
de prisa. No censure el celoso el bienestar que envidia en secreto. ¡No desconozca el pudiente el
poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del que se tiene que cavar el pan que come; de su
sufrida compañera, coronada de corona que el injusto no ve; de los hijos que no tienen lo que
tienen los hijos de los otros por el mundo! ¡Valiera más que no se desplegara esa bandera de su
mástil, si no hubiera de amparar por igual a todas las cabezas!
Muy mal conoce nuestra patria, la conoce muy mal, quien no sepa que hay en ella, como alma de
lo presente y garantía de lo futuro, una enérgica suma de aquella libertad original que cría el
hombre en si, del jugo de la tierra y de las penas que ve, y de su idea propia y de su naturaleza
altiva. Con esta libertad real y pujante, que sólo puede pecar por la falta de la cultura que es fácil
poner en ella, han de contar mas los políticos de carne y hueso que con esa libertad de
aficionados que aprenden en los catecismos de Francia o de Inglaterra, los políticos de papel.
Hombres somos, y no vamos a querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras
cabezas, sacado del molde de nuestro país. Muy mal conoce a nuestro pueblo quien no observe
en él como a la par de este ímpetu nativo que lo levanta para la guerra y tic lo dejará dormir en la
paz, se ha criado con la experiencia y el estudio, y cierta ciencia clara que da nuestra tierra
hermosa, un cúmulo de fuerzas de orden, humanas y cultas,-una falange de inteligencias plenas,
fundadas por el amor al hombre, sin el cual la inteligencia no es más que azote y crimen,-una
concordia tan íntima, venida del dolor común, entre los cubanos de derecho natural, sin historia y
sin libros, y los cubanos que han puesto en el estudio la pasión que no podían poner en la
elaboración de la patria nueva,-una hermandad tan ferviente entre los esclavos ínfimos de la vida y
los esclavos de una tiranía aniquiladora,-que por este amor unánime y abrasante de justicia de los
de un oficio y los de otro; por este ardor. de humanidad igualmente sincero en los que llevan el
cuello alto, porque tienen alta la nuca natural, y los que lo llevan bajo, porque la moda manda lucir
el cuello hermoso; por esta patria vehemente en que se reúnen con iguales sueños, y con igual
honradez, aquellos a quienes pudiese divorciar el diverso estado de cultura-sujetará nuestra Cuba,
libre en la armonía de la equidad, la mano de la colonia que no dejará a su hora de venírsenos
encima, disfrazada con el guante de la república. ¡Y cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien
imitados que no se diferencian de la mano natural! A todo el que venga a pedir poder, cubanos,
hay que decirle a la luz, donde se vea la mano bien: ¿mano o guante?-Pero no hay que temer en
verdad, ni hay que regañar. Eso mismo que hemos de combatir, eso mismo nos es necesario. Tan
necesario es a los pueblos lo que sujeta como lo que empuja: tan necesario es en la casa de
familia el padre, siempre activo, como la madre, siempre temerosa. Hay política hombre y política
mujer. ¿Locomotora con caldera que la haga andar, y sin freno que la detenga a tiempo? Es
preciso, en cosas de pueblos, llevar el freno en una mano, y la caldera en la otra. Y por ahí
padecen los pueblos: por el exceso de freno, y por el exceso de caldera.
¿A qué es, pues, a lo que habremos de temer? ¿Al decaimiento de nuestro entusiasmo, a lo
ilusorio de nuestra fe, al poco número de loe infatigables, al desorden de nuestras esperanzas?
Pues miro yo a esta sala, y siento firme y estable la tierra bajo mis pies, y digo: «Mienten». Y miro
a mi corazón, que no es más que un corazón cubano, y digo: -«Mienten».
¿Tendremos miedo a los hábitos de autoridad contraídos en la guerra, y en cierto modo ungidos
por el desdén diario de la muerte? Pues no conozco yo lo que tiene de brava el alma cubana, y de
sagaz y experimentado el juicio de Cuba, y lo que habrían de contar las autoridades viejas con las
autoridades vírgenes, y aquel admirable concierto de pensamiento republicano y la acción heroica
que honra, sin excepciones apenas, a los cubanos que cargaron armas; o, como que conozco
todo eso, al que diga que de nuestros veteranos hay que esperar ese amor criminal de sí, ese
postergamiento de la patria a su interés, esa traición inicua a su país, le digo:-«Â¡Mienten!»
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que
está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy
común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos
sino los cómplices y los ladrones? ¡Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar
el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las
necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que
nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo:- «Mienten».
¿Al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad le tendremos miedo, en el país
donde la sangre que derramó por ella se la hecho amar demasiado para amenazarla? ¿Le
tendremos miedo al negro, al negro generoso, al hermano negro, que en los cubanos que murieron
por él ha perdonado para siempre a los cubanos que todavía lo maltratan? Pues yo sé de manos
de negro que están más dentro. de la virtud que las de blanco alguno que conozco: yo sé del amor
negro a la libertad sensata, que sólo en la intensidad mayor y natural y útil se diferencia del amor a
la libertad del cubano blanco: yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble, y está poniéndose de
columna firme de las libertades patrias. Otros le teman: yo lo amo: a quien diga mal de él, me lo
desconozca, le digo a boca llena:- «Mienten».
¿Al español en Cuba habremos de temer? ¿Al español armado, que no nos pudo vencer por su
valor, sino por nuestras envidias, nada más que por nuestras envidias? ¿Al español que tiene en el
Sardinero o en la Rambla su caudal y se irá con su caudal, que es su única patria; o al que lo tiene
en Cuba, por apego a la tierra o por la raíz de los hijos, y por miedo al castigo opondrá poca
resistencia, y por sus hijos? ¿Al español llano, que ama la libertad como la amamos nosotros, y
busca con nosotros una patria en la justicia, superior al apego a una patria incapaz e injusta, al
español que padece, junto a su mujer cubana, del desamparo irremediable y el mísero porvenir de
los hijos que le nacieron con el estigma de hambre y persecución, con el decreto de destierro en
su propio país, con la sentencia de muerte en vida con que vienen al mundo los cubanos? ¿Temer
al español liberal y bueno, a mi padre valenciano, a mi fiador montañés, al gaditano que me velaba
el Dueño febril, al catalán que juraba y votaba porque no quería el criollo huir con sus vestidos, al
malagueño que saca en sus espaldas del hospital al cubano impotente, al gallego que muere en la
nieve extranjera, al volver de dejar el pan del mes en la casa del general en jefe de la guerra
cubana? ¡Por la libertad del hombre se pelea en Cuba, y hay muchos españoles que aman la
libertad! ¡A estos españoles los atacarán otros: yo los ampararé toda mi vida! A los que no saben
que esos españoles son otros tantos cubanos, les decimos:-«Â¡Mienten!»
¿Y temeremos a la nieve extranjera? Los que no saben bregar con sus manos en la vida, o miden
el corazón de los demás por su corazón espantadizo, o creen que los pueblos son meros tableros
de ajedrez, o están tan criados en la esclavitud que necesitan quien les sujete el estribo para salir
de ella, esos buscarán en un pueblo de componentes extraños y hostiles la república que sólo
asegura el bienestar cuando se la administra en acuerdo con el carácter propio, y de modo que se
acendre y realce. A quien crea que falta a los cubanos coraje y capacidad para vivir por sí en la
tierra creada por su valor, le decimos: «Mienten».
Y a los lindoros que desdeñan hoy esta revolución santa cuyos guías y mártires primeros fueron
hombres nacidos en el mármol y seda de la fortuna, esta santa revolución que en el espacio más
breve hermanó, por la virtud redentora de las guerras justas, al primogénito heroico y al
campesino sin heredad, al dueño de hombres y a sus esclavos; a los olimpos de pisapapel, que
bajan de la trípode calumniosa para preguntar aterrados, y ya con ánimos de sumisión, si ha
puesto el pie m tierra este peleador o el otro, a fin de poner en paz el alma con quien puede
mañana distribuir el poder; a los alzacolas que fomentan, a sabiendas, el engaño de los que creen
que este magnífico movimiento de almas, esta idea encendida de la redención decorosa, este
deseo triste y firme de la guerra inevitable, no es más que el tesón de un rezagado indómito, o la
correría de un general sin empleo, o la algazara de los que no gozan de una riqueza que sólo se
puede mantener por la complicidad con el deshonor o la amenaza de una turba obrera, con odio
por corazón y papeluchos por sesos, que irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el
primer ambicioso que la adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la
bandera,-a lindoros, o a olimpos, y a alzacolas, -les diremos:-«Mienten». ¡Esta es la turba obrera,
el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada
de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!
¡Basta, basta de meras palabras! Para lisonjearnos no estamos aquí, sino para palparnos los
corazones, y ver que viven sanos, y que pueden; para irnos enseñando a los desesperanzados, a
los desbandados, a los melancólicos, en nuestra fuerza de idea y de acción, en la virtud probada
que asegura la dicha por venir, en nuestro tamaño real, que no es de presuntuoso, ni de teorizante,
ni de salmodista, ni de melómano, ni de cazanubes, ni de pordiosero. Ya somos uno, y podemos
ir al fin: conocemos el mal, y veremos de no recaer; a puro amor y paciencia hemos congregado
lo que quedó disperso, y convertido en orden entusiasta lo que era, después de la catástrofe,
desconcierto receloso; hemos procurado la buena fe, y creemos haber logrado suprimir o reprimir
los vicios que causaron nuestra derrota, y allegar con modos sinceros y para fin durable, los
elementos conocidos o esbozados, con cuya unión se puede llevar la guerra inminente al triunfo.
¡Ahora, a formar filas! ¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! Delante de
mí vuelvo a ver los pabellones, dando órdenes; y me parece que el mar que de allá viene, cargado
de esperanza y de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en que vivimos, y revienta contra esas
puertas sus olas alborotadas… ¡Allá está, sofocada en los brazos que nos la estrujan y
corrompen! ¡Allá está, herida en la frente, herida en el corazón, presidiendo, atada a la silla de
tortura, el banquete donde las bocamangas de galón de oro ponen el vino del veneno m los labios
de los hijos que se han olvidado de sus padrea! ¡Y el padre manó cara a cara al alférez, y el hijo
va, de brazo con el alférez, a pudrirse a la orgía! ¡Basta de meras palabras! De las entrañas
desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni
el bueno ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la
gangrenan a nuestros ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón!
¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera
que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia
en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho
y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes
cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan
tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del
amor triunfante: «Con todos, y para el bien de todos».

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